martes, 15 de noviembre de 2011

Il Grande Torino

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Hubo un tiempo en el que el Calcio (organismo que rige la liga italiana) fue ejemplo del fútbol total. Un tiempo no muy lejano en el que cualquier atisbo del 'catenaccio' se alejaba radicalmente de la liga italiana. Un equipo al norte de Italia combatía la época de decadencia con un juego alegre y atrevido. Pero esa batalla, llena de entusiasmo y felicidad, se convirtió en un derrota desdichada y trágica.

Il Grande Toro perdió un partido que nunca quiso jugar aquel 4 de mayo de 1949. Pasadas las 5 de la tarde sonó el pitido final, sin que ese equipo de leyenda pudiera tener la más mínima opción de ganar. Sus ilusiones, esperanzas o ambiciones murieron cuando aquel avión trimotor Fiat N.212 se estrelló contra la cúpula de la Basílica de Superga, a 20 kilómetros de Turín.

En el desastre fallecieron todos los pasajeros, treinta y tres personas, entre las que se encontraban los dieciocho futbolistas de aquel mágico Torino. El equipo que presidía Ferruccio Novo volvía de jugar un partido homenaje a José Ferreira, capitán del Benfica, en Lisboa. Un fuerte temporal y una espesa niebla les tenía guardado un inesperado aterrizaje a su regreso.

Nadie sobrevivió al impacto. Nadie, salvo dos futbolistas que, por distintas razones, no subieron a ese maldito avión. El mítico Ladislao Kubala fue uno de ellos. El futbolista húngaro, que más tarde se convertiría en una estrella mundial, tuvo que permanecer en Lisboa porque su hijo había enfermado.

El otro superviviente de aquella plantilla fue Sauro Tomá, un lateral izquierdo procedente del modesto La Spezia, que acababa de fichar por el Torino con 23 años. "El míster, Leslie Lievesley nos había dicho a Valentino Mazzola y a mí que nos cuidáramos de las lesiones antes de viajar. Mazzola no estaba bien del todo, pero podía jugar y viajó. Yo tenía problemas en la rodilla y el entrenador me aconsejó que me quedara en casa. Me sentí el hombre más desdichado de Turín. Todo el Torino viajó a Lisboa y yo me quedé en casa, lesionado", dijo aquel joven futbolista, que sería recordado como el defensa más afortunado del mundo.

Se quedó con las ganas de jugar en un equipo legendario, único e irrepetible. Son muchos los que apuntan que, si la historia de aquel equipo no hubiera terminado de manera repentina, quizá hoy no existiría el 'catenaccio'. Quizá la Juve no sería el peso pesado que es actualmente en el Calcio. Y, seguramente, el 'Maracanazo' no hubiera tenido lugar. Suposiciones, no obstante, que son eso, meras hipótesis.

Un acto de justicia

Pero el Torino sí fue real. Un equipo que jugaba con tres defensas y que practicaba un fútbol eminentemente ofensivo y arriesgado, en el que sobresalía su capitán, Valentino Mazzola, por encima de todos. Se mantuvo invicto en su estadio, Filadelfia, durante 93 partidos, y conquistó cinco 'Scudettos' de manera consecutiva. Llegó a golear al Milán (10-0) en una temporada, la 48-49, en la que las cifras muestran con nitidez el dominio que el Toro ejercía por aquel entonces: 125 goles a favor y 33 en contra con 16 puntos de ventaja sobre el segundo clasificado.

Una hegemonía que tocó fin ese 4 de mayo de 1949. En aquella campaña, el Torino comandaba la clasificación a falta de cuatro jornadas hasta que sucedió la tragedia. En un acto de justicia, el Calcio le otorgó aquel campeonato, en el que el club jugó el resto de partidos con el equipo juvenil frente a unos rivales que, por respeto, también emplearon a los jugadores de sus categorías inferiores.

Pero si el Torino quedó tocado anímica y deportivamente, no menos duro resultó para el combinado nacional. En un equipo dirigido por Vittorio Pozzo, la plantilla del Toro monopolizaba las alineaciones del combinado nacional. El puesto de portero era el único que se libraba de ese acaparamiento turinés.

Con el desastre, en el que el propio Vittorio Pozzo tuvo que reconocer los cuerpos de los futbolistas, terminó una floreciente etapa del fútbol italiano. Más de 500.000 personas acompañaron al Torino en su adiós. Los ataúdes fueron anunciados a la entrada de la Catedral de Turín en el mismo orden en el que los jugadores salían al campo. Cuando entró Mazzola, el silencio se apoderó de Turín, de Italia y del mundo del fútbol. El gran Torino, lamentablemente, nos había dejado para siempre.


Rafa Rodríguez
Jesús Muñoz

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